El día que me construyeron supe que yo no era unas gafas cualquiera. Tenía
unas varillas de color azul marino que
brillaban con el sol, unas lentes de vidrio fino que me daban un aire elegante,
y un puente bien alineado presentando equilibrio, seguridad e incluso me
otorgaba un punto distinguido.
Cuando me pusieron en el escaparate todo el mundo me miraba al pasar. Yo les oía como comentaban deseando comprarme, pero no todo el mundo puede llevar unas gafas, así que esperé paciente al afortunado.
. ¿Por qué no te pruebas estas?
Dijo una dulce voz una tarde de abril.
Cuando me pusieron en el escaparate todo el mundo me miraba al pasar. Yo les oía como comentaban deseando comprarme, pero no todo el mundo puede llevar unas gafas, así que esperé paciente al afortunado.
. ¿Por qué no te pruebas estas?
Dijo una dulce voz una tarde de abril.
Y delicadamente, el empleado de la tienda donde yo siempre había vivido, me
cogió y me puso sobre el rostro de un niño que se llamaba Martín.
- ¿Qué Martín, cómo te ves? Dijo la voz,.
Pero yo ya no oí nada más. Estaba tan emocionada que no podía creer que ese
niño me hubiera tocado a mí.
Ya sabía yo que era unas gafas especiales, pero unos ojos tan bonitos de un
rostro tan dulce, no me los habría imaginado nunca.
Martín y yo enseguida nos hicimos amigos. Íbamos a todas partes juntos observando
el mundo y hacíamos de todo juntos:
jugar a la pelota con los amigos, ir de excursión, leer un libro o mirar
atentamente la pantalla de un videojuego. Fue un tiempo muy feliz, hasta que un
día pasó algo que lo cambió todo.
Aquella tarde Martín me dejó en la estantería de la habitación y no me sacó
a la calle. Pero no fue la única vez, porque desde ese momento a menudo me
escondía en algún rincón para hacer ver que me olvidaba, o me guardaba con
prisas en el bolsillo cuando se cruzaba con alguien por la calle.
-
¿Por qué lo haces esto?, le pregunté.
Pero es bien sabido que nadie entiende el lenguaje de las gafas y Martín no
me pudo contestar. Debería buscar otra manera de solucionar aquella extraña
situación.
Al día siguiente, la madre de Martín lo obligó a llevarme a la escuela y
allí lo entendí todo. A la hora del patio, un chico más grande de aquellos que
creen que lo saben todo, se acercó a nosotros y nos dijo.
- Eh, pareces un viejo con estas gafas.
De repente Martín me arrancó de la cara sin decir nada y me guardó en el
bolsillo avergonzado.
- ¿Qué haces?
Preguntó asustada mientras hacía esfuerzos para que con la sacudida no se
me aplastara el puente. Pero Martín seguía sin poder contestarme.
En ese momento entendí que Martín se pensaba que tenía que gustar a aquel
chico con aires chulescos y antipático, que un minuto después ya ni se acordaba
de mis varillas y estaba metiéndose con los zapatos verdes de otro niño y más
tarde criticaba el pelo rizado de un chico con sobrepeso.